jueves, 2 de abril de 2015

Octavio Paz ¿Águila o Sol?

   
     
      La vastísima obra del poeta y ensayista mexicano Octavio Paz (1914-1998) siempre te ofrece nuevos caminos que recorrer. El año pasado, al cumplirse 100 años de su nacimiento participé en un homenaje que se le hizo en la librería Kalathos de Caracas. 

 

                                    Homenaje a Octavio Paz por el Centenario de su nacimiento librería Kalathos 2014
                                             (yo soy la mujer delgadita que está en el medio)

      Buscando textos suyos para leer encontré su libro de prosas poéticas ¿Águila o Sol? y leí un par de textos de este libro en el homenaje. Hasta ese momento no conocía sus textos en prosa poética. Son en realidad textos híbridos difíciles de definir genéricamente. Relatan algo que parece un cuento, una crónica, un ensayo y un texto poético, todo al mismo tiempo.  Al cumplirse un año más del nacimiento del poeta he vuelto a releer ¿Águila o Sol? Y vuelve a deslumbrarme su prosa aterciopelada, llena de evocadoras imágenes poéticas. El libro se inicia con un recuerdo de infancia, un jardín, que es a la vez jardín y cosmos, y nos muestra en sus imágenes el vivir poético, esa vivencia, ese estado del alma, que antecede al poema y te lleva a escribirlo. Al ir leyendo los textos de ¿Águila o Sol?, algunos más diurnos, otros más nocturnos, en todo momento Paz va de lo mínimo, de lo más pequeño, de lo visible, hacia lo inefable. Es un viaje que te lleva a recorrer el mundo desde el alma, desde lo que la experiencia genera en el alma del poeta. También, como es frecuente en su obra, te lleva a la reflexión metapoética, qué significa, que conlleva el decir poético. Estos textos parecen ir del sueño a la vigilia, sin un claro portal que diferencie ambos mundos, de la realidad tangible y la memoria, a la realidad poética. 

Beatriz Alicia García

Comparto algunos de los textos leídos:




¿ÁGUILA O SOL? (1951) OCTAVIO PAZ



Jardín con niño

A tientas, me adentro. Pasillos, puertas que dan a un cuarto de hotel, a una interjección, a un páramo urbano. Y entre el bostezo y el abandono, tú, intacto, verdor sitiado por tanta muerte, jardín revisto esta noche. Sueños insensatos y lúcidos, geometría y delirio entre altas bardas de adobe. La glorieta de los pinos, ocho testigos de mi infancia, siempre de pie, sin cambiar nunca de postura, de traje, de silencio. El montón de pedruscos de aquel pabellón que no dejó terminar a guerra civil, lugar amado por la melancolía y las lagartijas. Los yerbales con sus secretos, su molicie de verde caliente, , sus bichos agazapados y terribles. La higuera y sus consejas. Los adversarios: el floripondio y sus lámparas blancas frente al granado, candelabro de joyas rojas ardiendo en pleno día. El membrillo y sus varas flexibles, con las que arrancaba ayes al aire matinal. La lujosa mancha de vino de la bugambilia sobre el muro inmaculado, blanquísimo. El sitio sagrado, el lugar infame, el rincón del monólogo: la orfandad de una tarde, los himnos de una mañana, los silencios, aquel día de gloria entrevista, compartida.

Paseo nocturno

La noche extrae de su cuerpo una hora y otra. Todas diversas y solemnes. Uvas, higos, dulces gotas de negrura pausada. Fuentes: cuerpos. Entre las piedras del jardín en ruinas el viento toca el piano. El faro alarga el cuello, gira, se apaga,  exclama. Cristales que empaña un pensamiento, suavidades, invitaciones: oh noche, hoja inmensa y luciente, desprendida del árbol invisible que crece en el centro del mundo. 
    Y al dar la vuelta, las Apariciones: una muchacha que se vuelve un montón de hojas secas si la tocas; el desconocido que se arranca la máscara y se queda sin rostro, viéndote fijamente; la bailarina que da vueltas sobre la punta de un grito; el ¿quién vive?, el ¿quién eres?, el ¿dónde estoy?; la joven que avanza sobre un rumor de pájaros; el torreón derruido de ese pensamiento inconcluso, abierto contra el cielo como un poema partido en dos...No, ninguna es la que esperas, la dormida, la que te espera en los repliegues de su sueño.
    Y al dar la vuelta, terminan los Verdores y empiezan las piedras. No hay nada, no tienes nada que darle al desierto: ni una gota de agua ni una gota de sangre. Con los ojos vendados avanzas por corredores, plazas, callejas donde conspiran tres estrellas astrosas. El río habla en voz baja. A tu izquierda y derecha, atrás y adelante, cuchicheos y risas innobles. El monólogo te acecha a cada paso, con sus exclamaciones, sus signos de interrogación, sus nobles sentimientos, sus puntos sobre las íes en mitad de un beso, su molino de lamentos y su repertorio de espejos rotos. Prosigue: nada tienes que decirte a ti mismo.

Valle de México

El día despliega su cuerpo transparente. Atado a la piedra solar, la luz me golpea con sus grandes martillos invisibles. Sólo soy una pausa entre una vibración y otra: el punto vivo, el afilado, quieto punto fijo de intersección de dos miradas que se ignoran y se encuentran en mí. ¿Pactan? Soy el espacio puro, el campo de batalla. Veo a través de mi cuerpo mi otro cuerpo. La piedra centellea. El sol me arranca los ojos. En mis órbitas vacías dos astros alisan sus plumas rojas. Esplendor, espiral de alas y un pico feroz. Y ahora, mis ojos cantan. Asómate a su canto, arrójate a la hoguera.  





1 comentario:

PSICÓLOGO CLÍNICO MARÍA LUISA FUENTES dijo...

Que hermosos textos amiga Octavio Paz ¡INMENSO!