lunes, 23 de abril de 2007

Sobre la necesidad de una mirada crítica


Leo sobre la subjetividad femenina, busco una vía para entender mis contradicciones. Intento encontrar un cierto equilibrio en medio del caos. Me veo viéndome, desde siempre. Estoy intentando entender por qué repito ciertos patrones de conducta, por qué invariablemente hallo nuevos caminos sin encontrar el camino. Una vía regia donde entrelazar todo lo que soy: cuerpo, ideas, sentimientos. He sido tantas cosas, soy tantas cosas. Quisiera encontrar un hilo para tantas inquietudes, tantos mundos, tantos anhelos, tantos vínculos diversos. Mi paisaje es un caleidoscopio. Mi voluntad de saber parece mi única lámpara, mi voluntad de entender el mundo que me rodea. De dónde viene, hacia dónde va, qué hago yo en él.
A veces todo parece ir muy de prisa, a veces todo cae en una suerte de inercia asfixiante. Me veo improvisando malabares. Me veo cuidando las fronteras que no debo traspasar, y que a veces he traspasado. La curiosidad mató al gato, como dice la popular frase. Intento compaginar equilibradamente lo que soy con lo que me llama del afuera. He sido repetidas veces destrozada por lo real. Con toda la carga simbólica que esta frase tiene. Sí, me refiero a perder la cordura, ser devastado por la realidad.
No soy amiga de lo rutinario, pero tampoco puede vivirse en una eterna locura, un eterno desbocamiento, una eterna improvisación. Por ley de equilibrio irse a un extremo, es estar entre extremos, terminar arrojado a su contrario. Eso emocionalmente jode, puede llegar a enfermarte. En algunos momentos de mi vida me ha enfermado. “—Es que no somos como el común”, me decía hace poco Marisela, una amiga de muchos años, en una conversación telefónica. Es cierto, pero aún en ese salirse de los patrones debemos encontrar un orden. No está en nosotras cumplirle a la sociedad, encajar en sus estereotipos acerca de la mujer (ser amas de casa tradicionales, criar niñitos, rendirle culto a algún hombre de por vida, etc), pero invariablemente tropezamos con cierto malestar y nos deprimimos. No hemos encontrado una buena manera de lidiar con nuestras carencias, nuestras incertidumbres. No tenemos modelos felices de mujeres solas.
La libertad de ser, entonces, tiene sus límites. No sólo porque, como decía Sartre “mi libertad termina donde comienza la de los demás”, es decir, porque mis actitudes o acciones afecten a terceros, sino porque me afectan a mí. Satisfacer mis deseos pasa por vectores que sí son los del común: sentirme querida, satisfacer mis necesidades básicas (que no las estoy satisfaciendo), no sentirme en peligro, no sentir dolor (físico o espiritual).
Cuando siento malestar, obviamente, algo no está funcionando bien, algo dentro de mí me está haciendo un reclamo. O estoy enfocando mal las cosas o me equivoqué y estoy tomando un camino erróneo. Sin hablar de los factores externos que no dependen de uno: vivir en un contexto que parece cada vez más hostil; vivir en una sociedad que ha pretendido hacer del desorden, la desorganización, el azar, una virtud; ser lastimada o agredida por otros, con o sin causa, etc.
Intento lidiar con mis malestares y contradicciones -de los que no culpo a nadie- de la mejor manera posible, pero no es tarea fácil. Aún después de muchos años de meditación, terapia psicológica, una vida lo más sana posible, acuso cada tanto un knock out, me siento lanzada contra las cuerdas. Ponchada por el mundo, por las personas que me rodean y por mí misma. No soy condescendiente ni con el mundo ni conmigo misma. Acusar malestar me parece de lo más sano, me permite estar alerta, me permite ser mejor, crecer. Aunque eso, a veces, pueda molestar a otros. Acabo de releer la biografía de Renny Ottolina y volví a sentir esa tristeza que sintió la niña que fui cuando él murió. Días atrás recordaba vía correo electrónico, con otro espíritu crítico de esta ciudad, Elisa Lerner, a José Ignacio Cabrujas. Siempre se paga el precio por disentir, por ser un espíritu crítico, pero yo siempre he estado dispuesta a pagarlo, aunque eso me haya fregado. Afortunadamente uno halla su tribu, aún en medio del desierto, y eso compensa, gratifica. Saber que en la memoria, o en el presente, no se está del todo solo.

Caracas, 22 de abril de 2007, en maitines.
iLustración: autorretrato con Friné