lunes, 13 de julio de 2020

CASI ARTE POÉTICA ARMANDO ROJAS GUARDIA




Conocí a Armando Rojas Guardia en 1988, era el coordinador del Taller de Poesía del Celarg, al cual yo me había postulado. Yo era muy joven en aquellos días y trabaja en la Fundación Celarg como secretaria de Alfredo Armas Alfonzo, en la Dirección de Publicaciones, lo que me hacía cómodo asistir al Taller, luego de terminar mi jornada de trabajo en el mismo edificio. Armando en aquellos días tenía ya una trayectoria literaria, era conocido por su participación en el grupo Tráfico, que se había conformado a comienzos de la década. Hombre de gran sensibilidad, cultura e inteligencia, durante un año nos llevó por los caminos de la Poesía, a un grupo de jóvenes que apenas nos iniciábamos en la escritura. Lo veíamos con reverencia, atentos a la hondura de sus planteamientos, de aquellos textos que nos leía y comentaba. En todo momento fue sumamente respetuoso cuando alguno de nosotros leía sus poemas. Con el paso del tiempo fue creciendo como referente de las letras venezolanas, y continuó siendo mentor de jóvenes y no tan jóvenes talleristas. Podrías encontrarlo en la plaza Los Palos Grandes tomándose un café mientras esperaba la hora de dar algún taller. Silencioso, concentrado en alguna lectura, con un aire de antiguo monje medieval. Y efectivamente, durante algunos años intentó enrumbarse en la carrera eclesiástica. Desde aquellos años del taller guardé por Armando afecto y una gran admiración. Su obra fue creciendo en el tiempo y él se transformó en una de las grandes figuras contemporáneas de nuestras letras. Ante su reciente desaparición física, solo nos queda recordarlo y leerlo. Comparto su texto “Casi arte poética” de su libro Yo que supe de la vieja herida, uno de sus libros que tengo en mi biblioteca y uno de los que más me gustan, el cual fue publicado en 1985 por Monte Ávila Editores.

CASI ARTE POÉTICA

Belleza…santa perra.
        Sánchez Peláez

Disfruto el poema como un brandy
lentísimo y soberbio sobre el labio.
El lujo decadente de mi ánimo
mostraría esta tarde sus estampas:
daguerrotipos húmedos, sombríos,
giros solemnes, como decir "desdicha",
azucenas de altar y hasta magnolias
como aquella que Wilde se colocaba
en la solapa anchísima del traje
(Scotland Yard siguiéndole la pista
para hacer aún más bella la tragedia)
¿Hace falta decir que el tocadiscos
en ese instante justo, murmurando
viejos clisés de Brahms para violines,
me edifican una cárcel minuciosa
donde me apresan ánades, deidades,
lluviosas como silbo entre los álamos,
ánforas gigantescas con petunias
(se trata de una escena de Visconti),
un susurro de raso en las baldosas,
una charla con Proust en el balcón
mientras tose él su asma en el pañuelo
aire opalino como aquel color
que contemplé yo el Como hace ya años
(la nota que faltaba: un viaje a Europa
cuando mi adolescencia agonizante
lloraba en pleno tren tanta belleza).
Y aun si en este minuto deseara
ahuyentar de estos versos la panoplia
de lugares comunes (¡tan sabrosos,
tan de rancio alcanfor, tan frac guardado!),
si quisiera escapar de la harmonía
de estas arpas solemnes, de este nácar
con que la tarde irónica me escribe
una luz rubeniana, su hombro níveo,
su Verlaine otoñal en pleno trópico,
si para no asustaros me enseriara
y, como buen alumno del poema,
os dijera (les dijera, mejor)
va siglo XX, idéntico a lo bardos
(los poetas, perdón) de Venezuela:

De rodillas la tarde me invade
Tan inerme a su luz está hoy la casa
que me duelen de frágiles los muebles
y pesa la orfandad de los jarrones
Convalece el perfume.
                                        Las paredes
porosas nos respiran.

Si yo dijera así (y ya lo han visto:
puedo ser tan moderno, yo, tan lírico,
tan bathesiano si me lo propongo,
tan lector de Saussure como cualquiera,
tan sintaxis de sala de conciertos),
si yo dijera así, les mentiría:
barnizando de doctrina mi poema
―semiológicamente, por supuesto―
disfrazaría tan sólo mi homenaje,
obsceno como sexo de muchacho,
a la perra tenaz, la puta invicta,
que me sigue los pasos y me muerde
todos los días el alma, igual que en Como.

Y acaso sea por eso que me burlo
de ese animal espléndido, acezante,
de ese monstruo tallado de deseo,
de ese tótem magnífico mirándonos
con ojos de Cernuda en esta tarde:
me defiendo con unos versos torpes,
este Chopin tocado en la retreta,
este art nouveau de casa de La Guaira,
esta foto velada de Venecia
que ensucia en la avenida un automóvil,
esta añoranza a la que más bien quiero
en vez de desnudarla desnudándome,
nombrar como Andrés Mata en una plaza
bajo los almendrones de Macuto
junto a un vals marideño en la rockola.


Me sé de memoria los epítetos
(en algún calabozo no lejano
con un palo le pegan a Vallejo),
y, si convierto en ron el brandy pulcro
de este poema donde la perra ladra,
no lo olvido un instante, frente a frente:
la puta me conoce, hasta en la calle,
y esta tinta manchándome las manos
es el rastro de sangre acusadora
que atestigua mi crimen cotidiano
y me expone al castigo inevitable
de seguir cometiéndolo mañana.


Armando Rojas Guardia



domingo, 28 de junio de 2020

ARS POÉTICA JORGE LUIS BORGES


          


  




Cualquier cosa que uno pueda decir del admirado escritor argentino Jorge Luis Borges, cuyo poema  Ars Poética comparto hoy, probablemente ya ha sido dicho. Su obra no deja de sorprendernos. Especialmente sus relatos fantásticos, aunque también sus reflexiones y sus poemas. La imaginación y las imágenes del escritor ciego han atrapado a varias generaciones. Toda la obra de Borges corrobora aquella aseveración que hiciera el poeta surrealista Paul Eluard: “Hay otros mundos, pero están en este”.

Ars Poética

Mirar el río hecho de tiempo y agua
Y recordar que el tiempo es otro río,
Saber que nos perdemos como el río
Y que los rostros pasan como el agua.
Sentir que la vigilia es otro sueño
Que sueña no soñar y que la muerte
Que teme nuestra carne es esa muerte
De cada noche, que se llama sueño.
Ver en el día o en el año un símbolo
De los días del hombre y de sus años,
Convertir el ultraje de los años
En una música, un rumor y un símbolo,
Ver en la muerte el sueño, en el ocaso
Un triste oro, tal es la poesía
Que es inmortal y pobre. La poesía
Vuelve como la aurora y el ocaso.
A veces en las tardes una cara
Nos mira desde el fondo de un espejo;
el arte debe ser como ese espejo
Que nos revela nuestra propia cara.
Cuentan que Ulises, harto de prodigios,
lloró de amor al divisar su Itaca
Verde y humilde. El arte es esa Itaca
De verde eternidad, no de prodigios.
También es como el río interminable
Que pasa y queda y es cristal de un mismo
Heráclito inconstante, que es el mismo
Y es otro, como el río interminable.

Jorge Luis Borges


Para escuchar el poema en la voz del poeta sigue este link https://www.youtube.com/watch?time_continue=2&v=mp4vLJ3oMKY&feature=emb_title 








viernes, 12 de junio de 2020

“TEMA DE MISERIA” TIBISAY VARGAS ROJAS





El título de este libro de poemas de Tibisay Vargas Rojas, editado por El Taller Blanco, Tema de miseria, cuyos poemas comparto, pareciera contradecir su contenido. Pero en realidad la “miseria” no es un término unívoco, como la mayoría de las palabras, la ubicas en determinado contexto y ella puede significar distintas cosas. La miseria la vinculamos con pobreza, carencia, gente que carece de las condiciones mínimas para vivir con dignidad. Pero también hay miseria en el alma, personas que transitan por la vida ignorando las necesidades del prójimo, personas “miserables”, que pudiendo dar no dan, no sólo bienes materiales sino incluso se niegan a entregarse ellas mismas. Tema de miseria nos da cuenta, precisamente, de una relación fallida, donde el otro parece estar en permanente fuga, donde el otro huye, no se entrega, donde el amor se transforma en miseria, en recibir restos, migas, poca cosa, una relación donde parece irse a ciegas, caminando en un terreno inestable. También las miserias del corazón, las miserias del amor, son miserias, nos dejan a la intemperie, heridos, sin saber cómo cubrir los despojos del abandono, el corazón vacío que no vio venir las trampas y cayó en ellas. La soledad de quien cree en pactos en terrenos tan resbaladizos como la pasión y el deseo y se queda hablando solo con su ilusión hecha pedazos. Mientras hasta los objetos, una fotografía, un mueble hablan de la ausencia de quien se ha ido, de ese espacio vacío, que con suerte sólo podemos llenar con palabras, palabras rotas. En la segunda parte de Tema de miseria toman voz varios personajes femeninos de la literatura, de trágico final, por motivos amorosos, Emma Bovary de Madame Bovary  de Gustave Flaubert, Ana Karenina de la novela homónima de León Tolstoi, Ofelia de la obra "Hamlet" de Shakespeare, entre otros.

Beatriz Alicia García



Comparto una selección de textos de Tema de miseria:


Déjame apagar la luz
sé tanto que hoy es junio
y que tus ojos no conjugan verano

Este solsticio no ha sido apresurado

Todo es muy claro
a oscuras.


&&&


DUELO

Víctima de mis propias
artes amatorias
te reté a duelo
ignorando
tu maestría

No acudiste

Qué limpio tajo
de las tres heridas mortales:
la duda
la ausencia vale por dos.


&&&


               UN MUEBLE MÁS…
amargo este café
de media tarde
pesados los jarrones sobre la mesa
las carpetas abultadas de recibos
                  una fotografía que olvidaste…
blanquean las paredes a grandes trazos
y se pierden
en el piso bajo los sonidos
del último mueble
que sale.


&&&


NO ME CUIDO DE MAÑANA
dos tallas más no sobran
a solas
               destapé otra caja de galletas
compré un metro más de tela
para la blusa que mandé a hacer

odio
el café con sacarina
los maniquíes
                       esa blusa
                       que estrenaré sin ocasión.


&&&


No es muy cómodo
este colorido.
                                                                                              
VINCENT VAN GOGH


PORQUE YAZGO ALLÍ
en el paisaje que bordea
el deseo
a pinceladas gruesas
rectifico el trazo tantas veces
como juzgue
lo de adentro
a riesgo del color impreciso
el mal efecto
no vacilo en el instante
de tomar el pincel y delinear
tanta miseria.


&&&


ANA K. (A SU CORAZÓN)

Curioso este billete
de viaje
sin hora
destino

todo huelga

el adiós
los rieles del ferrocarril
en fin
este corazón demasiado
como equipaje.


sábado, 6 de junio de 2020

"HUÉSPED" ELENA VERA


            


Cuando conocí a Elena Vera, a comienzos de la década del 90, ya había leído varios de sus libros, la admiraba. Un amigo poeta me invitó a una reunión del grupo Cuaterni Deni. Elena era evidentemente quien llevaba la cabeza de la reunión. Era una mujer menuda, pero de temple. Me presentaron al grupo y estuve silenciosa en un sofá. Los poetas que allí se encontraban se conocían entre sí y dialogaban con la confianza que la amistad otorga. Se leyeron y comentaron diversos textos. Me uní durante algún tiempo a algunas actividades del grupo, como la presentación de El Auroch,  el último libro que la poeta publicó en vida. Le di a leer algunos de mis textos poéticos, que me comentó en unas líneas escritas a mano que aún conservo. No sabíamos que pronto el cáncer regresaría e iba a llevarse definitivamente a Elena. Era una mujer de hondas pasiones, de una fortaleza que parecía invencible. Un suplemento literario de Caracas publica este fin de semana un texto sobre su libro Amantes, que releo. Me gustó siempre el tono de sus versos amorosos donde conviven el deseo, la pasión, el desamor, y la ausencia, con la distancia necesaria para ser literatura, para ser hecho estético, expresión elaborada desde un oficio que la acompañó la vida entera. Comparto uno de sus más bellos poemas que pertenece precisamente a su libro De amantes (1984). Este texto “Huésped” ganó el Premio Alfonsina Storni convocado en Argentina, en el año 1982.




Huésped

No me siente usted en su alta mesa
no me tiente con sus manjares delicados
no me dé a beber de ese licor exquisito
no me deslumbre con sus ademanes
no resquebraje la aparente frialdad de mi cuerpo
no entre así, viento terrible, en mis días
no me enseñe el otro lado del poema
no me decrete nuevas emociones
no le conceda otro ritmo a mis noches
no borre la verdad de mis amaneceres
no diga que me ama
tendría miedo a la melancolía de la ausencia
Deme posada en el último cuarto
allí donde nadie sepa
un sorbo de agua, apenas, para la sed
y sopa caliente para confortar el cuerpo
entraré
                suavemente
                                         en la noche
y caminaré bajo las estrellas

Elena Vera

jueves, 4 de junio de 2020

“SAN BAUDELAIRE” ELÍ GALINDO EL POETA DEL COSMOS

                                                                     Elí Galindo





Elí Galindo (San Sebastián de los Reyes, 1947-Caracas, 2006) perteneció a la “Pandilla de Lautremont”, un grupo de poetas venezolanos que a finales de los sesenta y comienzos de la década del setenta del siglo XX, comenzó a reunirse en los bares de Sabana Grande, que era entonces epicentro de la vida cultural y bohemia de Caracas. También formaron parte del grupo Caupolicán Ovalles, el “Chino” Víctor Valera Mora, Luis Camilo Guevara, William Osuna y Luis Sutherland. Durante más de veinte años Galindo fue docente en la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela. Allí lo conocí, a comienzos de la década de los ochenta, cuando yo era una joven estudiante que escribía sus primeros versos y el coordinaba un taller de Poesía, el primer taller en el que participé. Fui afortunada, porque el poeta era cordialísimo y trataba con sumo respeto esos primeros versos que llevábamos con tanto temor al aula. Sé que muchos otros coordinadores de taller no eran tan gentiles con sus pupilos. En ese entonces, además de dar clases en la Escuela de Letras, él trabajaba  con el poeta Vicente Gerbasi en la Revista Nacional de Cultura. Tengo un grato recuerdo de aquellos días y de aquel poeta que había nacido en el mismo pueblo que mamá y el poeta Miguel Ramón Utrera, a quien conocí poco tiempo después. Por esos años recibió el Premio Internacional de la revista Poesía de la Universidad de Carabobo (UC, 1985), y el Premio Conac de Poesía Francisco Lazo Martí (1987).

El libro de poemas que releo, San Baudelaire reúne los libros Los viajes del barco fantasma (UCV, 1974), que mereció el Premio Universidad Central de Venezuela mención Poesía (1975), Ruido de las esferas (Monte Ávila Editores, 1986), ganador del Premio Municipal de Literatura del Concejo Municipal del Distrito Federal (1985), y el poemario inédito Las estrellas fugaces me ponen ebrio, que recibió el premio Casa de la Cultura del Estado Aragua (1971). Además recibió el Premio Municipal de Literatura “Manuel Díaz Rodríguez” del Concejo Municipal del Distrito Sucre (1974). A su obra inédita pertenecen los libros Metamorfosis, Elegías y Convidado de tierra. En sus textos poéticos, como en el Universo, se unen el cosmos infinito con la tierra y los árboles, y siempre con una visión, unas imágenes donde el alma está presente, el sentimiento arropa lo que ve con reverencia y también con una cierta melancolía. Todo se entrelaza en ese mirar que se hace imagen. En sus metáforas limpias confluyen el mirar, lo mirado y un imaginario que brota a partir de ese mirar donde el agua se reitera, el mar, el río,  el navegar por ese viaje que es la vida. Hay en su obra personajes del imaginario clásico antiguo Carón, Aqueronte, Orfeo, el Leteo, Ícaro. Y así mismo encontramos en sus versos algo del imaginario romántico y surrealista, la noche, el sueño, la luna son referentes de algunos de sus versos. Pero el privilegio es siempre el paisaje, la naturaleza, los pájaros, que reaparecen en sus versos como espejos del alma, como memoria de su infancia de Provincia entre árboles, pájaros, un río, que llevó consigo siempre.



Como una piedra

Los frutos verdes me traen el cielo

los días de sol
cuelgo mi rostro y me doy por entero al campo

de los valles guardo las cosas lejanas

borro las montañas y caigo como una piedra detrás de los relámpagos

nace en mis manos un bosque blanco de robles hacia las rejas del
                                                                                                                     [cielo

fluye el azul y va el rojo en las cenizas como una flor
regreso en los ojos de un zorro amarillo que surge de la hierba

(De Las estrellas fugaces me ponen ebrio, 1971)

El mar en torno

Detrás del oleaje se esconden las colinas

La piel de las barcas tiembla sobre las duras costillas del agua
el oleaje es un grano de polvo
y desafía hasta romper

Hace quinientos años el sol se derriba en nuestros barcos
                                                                                 [como un árbol
y los hombres van al corazón de las maderas
a su humedad

Alejados del sueño
un golpazo de lluvia no baja a nuestras lenguas
una rama de espuma no asoma a nuestros labios

El sol ha sido el más fiel acompañante

(De Las estrellas fugaces me ponen ebrio, 1971)


Llevamos en nosotros el río

Llevamos en nosotros el río
sus pájaros
el oleaje que avanza y regresa entre los frutos silvestres
sus cabelleras verdes
resbalando

las palmeras van a la tierra joven de mis ojos
el aire las mueve
y llega en capas de polvo a la corriente que fluye
                                                       [desgastando soles
peces
bajo ráfagas
ruido de flores sobre la arena
caracoles
que es traer laberintos

Llevamos en nosotros el río
el mar en torno
qué tristeza
las ondas con sus ojos de perro

(De Las estrellas fugaces me ponen ebrio, 1971)

San Baudelaire

San Baudelaire, patrón mío,
tú sabes que tengo en una lavativa
de lino, malva y almidón,
empapada el alma de Molière

Si no eres un animal
sácame de esta tienda
y te nombro gran almirante
de mi flota del Atlántico
(Texto de un loco. Citado por Vicente Huidobro)


Afuera llueve Baudelaire
y la lluvia entra en los vidrios de la noche
Me retiro al sitio donde vivo
cierro las ventanas
entro de pie al sueño
Dejo vagar mis rasgos sobre las yerbas cortas
Un perro negro lame mis cabellos
Me acerco a los ríos
donde los peces sacan la boca del agua
y beben de la luna
Rozo las aguas con mi mano derecha
y la llevo a los ojos
desciende color a las siluetas que circundan dentro de mí
llenas de humedad
de tierra confusa

Regreso hondo

Caigo aún más en la noche

San Baudelaire extiende sus pardas alas
y me cubre el viento cargado de lluvia
y me veo cruzar las colinas
en su compañía
los dos cubiertos por capas negras
él hablando del infierno
y yo silencioso
tropezando con las rocas.

(De Los viajes del barco fantasma, 1974)

Orfeo II

Eurídice
como la luz
eres la parte más blanda del fuego

Pájaro
Pájaro
dime bajo qué roca fluye
qué hojas cierran el cielo a sus ojos
qué noche ha dejado sobre ella sus plumas

Oh en algún lugar
vuelta hacia los blancos que cruzan
rasgando las raíces de un árbol viejo
estás Eurídice
elevando mi soledad
inclinando mi frente a la tierra fría

Nada quiero de este espacio
de estos paisajes
cuyas puertas selladas
me hacen vagar de un lugar a otro

(De Los viajes del barco fantasma, 1974)

Mi casa me busca

Mi casa me busca
me husmea
a todas partes me sigue

Aunque me encuentre en lo más desolado
ella está conmigo

De las calles me recoge
en los malos sitios me azota
jamás me abandona

Ni en los peores momentos
de nada me priva
Ante su patio me coloca

Bajo la sombra de sus hermosas hojas
me da techo
Es capaz de ofrecerme su propio alimento
de todo me cobija

Cuando me sabe solo
junta su rostro al mío
y aullamos como lobos al viento

Delante de vosotros no estoy
sombra del que fui
me lleva en su niebla

(De El ruido de las esferas, 1986)

Ante la ausencia de la amada

Cuatro veces ha unido sus cuernos la luna
y mis ojos
vuelven una vez más
a la silenciosa bóveda

Retirados al espacio
que nada visible apoya
y donde corre lo celeste
los arbustos moviendo ligeramente el cuerpo
miran como yo
el cielo cribado

Qué se hizo la red de oro
que de manos del sol toma la luna
a esta hora

Tanta soledad cuelan los astros
sobre este planeta que rueda hacia lo interminable
que me pregunto
y mi corazón hacia dónde dirige sus ruedas

Calla el rocío de los astros
Paso acariciando los colgantes helechos
fuera de mí los cabellos
salen desordenados de mi cabeza

Cuatro veces ha unido sus cuernos la luna
y el rosal desde que no siente sus ojos
no florece
Esperando como yo
oyen por largo tiempo el silencio que impulsa la bóveda

(De El ruido de las esferas, 1986)



Beatriz Alicia García





miércoles, 13 de mayo de 2020

TREINTA AÑOS DE LA PUBLICACIÓN DE MURO EN LO BLANCO







            La pandemia que nos ha tocado vivir este 2020 nos ha traído regalos inesperados. Tenía tiempo con la idea de releer los libros de poemas de Harry Almela (Caracas, 1953-Mariara, estado Carabobo 2017). Estar la mayor parte del tiempo en casa me ha ayudado a focalizarme, y heme aquí releyendo Muro en lo blanco (Monte Ávila Editores, 1991), días atrás releí su libro Cantigas (1990). Corroboro que la obra de Almela merecería una lectura detenida y luego un texto, un libro que le hiciera justicia. Por lo pronto releo Muro en lo blanco, quedo atrapada en esos días de infancia que evoca.
El escritor aragüeño era un poeta sensible, hondo, de esos poetas de vocación, que se entregan a la poesía para toda la vida. Además de escribir poemas, fue también promotor cultural, fue docente en el área literaria y editor de poesía. Mi único libro editado in extenso Acto de fe, Harry lo publicó en su editorial La Liebre Libre en el año 2000. No nos conocíamos, se lo envié por correo electrónico en 1999, por sugerencia de Mercedes Ascanio, le gustó mi libro de tema medieval y lo publicó, Harry era así, de carácter difícil pero generoso.
La infancia siempre tendrá en la memoria una atmósfera cercana al sueño o al mito, a menos que hayamos vivido una tragedia. Aún si hemos sufrido maltrato, la mirada de ese niño o niña que fuimos se colará en la mirada del adulto que somos y algo de su inocencia, de su capacidad de asombro permanece. En Muro en lo blanco ambas miradas se expresan, toman voz, la del adulto que regresa a la infancia, a través de la memoria, y la del niño que fue y cómo este miraba el mundo, lo sentía. El adulto habla en tercera persona, la voz del niño en primera. Hay una suerte de contrapunto entre ambas.
Esos recuerdos, esa indagación en los espacios y emociones de la infancia, tiene una figura que se reitera y no es la madre, no es una figura amorosa ni una figura protectora, es la figura del padre. Este padre que reaparece en diversos poemas es una figura violenta, castiga y agrede, de manera física y psicológica. No genera afecto, genera a su paso sufrimiento, miedo y odio:
correa feroz
inexplicable
para los pocos años
(…)
de no saber por qué

nada me salva

sólo el silencio del conejo
un hilo hacia la venganza (p. 15)

&&&

Ganas de saber
nada más

la luz

y él quemando el árbol
de navidad rastrojos tarjetas

un balde de agua

por favor
un balde de agua
para tanta hermosura
que arde (p. 16)

&&&

(…) nosotros
temblaremos siempre

cuando vuelva el viernes  (p. 23)

            Aunque esta figura tenga un lugar protagónico en la infancia rememorada, hay también en Muro en lo blanco otros referentes más gratos, que ha guardado la memoria. Por una parte, encontramos imágenes que se vinculan a la naturaleza, al contexto espacial. Es el caso del río que abre el poemario, una imagen poderosa que encontramos en varios de los grandes poetas venezolanos, y particularmente a quienes pertenecieron al grupo Sardio. Pienso en El río siempre de Luis García Morales, “Entre el río” de Ramón Palomares, el río también como telón de fondo de algunos textos de Guillermo Sucre, que también se asoman a los tiempos de la infancia en el estado Bolívar, frente al Orinoco. En Muro en lo blanco el poeta se enraiza en esa tradición de nuestra poesía vinculada al paisaje, que cultivaron varias de las generaciones que lo anteceden. Almela nos dice: “en el corazón tuve/un río//río tenaz//hospitalario/con puerta de piedra//blanca//hablaba en mayo/se quejaba bramando (…) (p. 9) La infancia interiorana, felizmente, tiene un diálogo mucho más cercano con la naturaleza, dialoga con ella, la siente, la escucha, conoce sus ciclos, sus colores, sus sonidos: “mirábamos en lo alto/lo amarillo/jadeando” (p.11) “se va arrimando/hacia las latas/el pájaro//no lo mira/sigue/su canto solito/su grito azul/de pluma nueva” (p. 17) “quiero un nido/en la horqueta/de hoy” (p.19) (cursiva en el original)

cada animal su nombre
abeja conejos más allá

gato loro
en el imán de las letras
entre las piedras
el sabor de las palabras

hormiga caja de fósforos

lanza tus nombres
sigue paraulata cachicamo
azulejo pluma
calle ancha

por donde vienen de nuevo
las bicicletas  (p.33)

            En esa infancia recuperada también se asoma el niño que va dejando de ser niño, y vive sus primeras experiencias de enamoramiento y erotismo, va descubriendo el deseo, a escondidas, con la exaltación de lo prohibido, donde se unen el sentir con el sentimiento, se explora, se vislumbra lo que después será el amor y el desamor.

(…) quémame primero
enséñame lo que no sé
lo que después será cansancio
búsqueda en lo roto

en lo que nos deja
ciega y dulce
la memoria (p. 20)

(…) me verás
con la barbilla que tiembla
de lo bonito
que fuimos  (p. 28) (en cursiva en el original)

           
Recordar es volver sobre lo vivido con el corazón, la infancia, como decía Rilke, es la época más recordada, por ser la más antigua. Siempre podemos volver a ella con los ojos de ese niño o esa niña que fuimos, con la mirada limpia. Muro en lo blanco de Harry Almela, se publicó hace treinta años, pero sigue llevándonos a ese “sueño del muro” de la infancia, donde todo aún es posible, todo aún es riqueza, es sorpresa ante nuestros ojos. Nos entrega esa mirada intacta preservada en la memoria.

Beatriz Alicia García